Tarde de llovizna gris, pero el sol está en ti. Hundido en tu regazo. Tejes y tus manos son dos lirios al amor, reposo en tu cansancio. Ven, te quiero ver andar, silencioso y frutal. Adagio de la espera. Ven que el tiempo es de los dos y por gracia tendremos primavera. Si eres pan que floreció en la mesa del amor y el vino de tu sangre es savia. Si tu aliento en el cristal, es cielo abierto al sol, la luz en tu regazo canta. Ven que este tiempo es de los dos y es gracia por nuestro amor

12.5.12

Ya el invierno me alcanzó sin gamulán

Hubo una vez un tiempo en el que solo salía a caminar para ver si llovía. Podrá parecer muy raro, pero casi siempre que me predisponía a cerrar la puerta con llave, el sol comenzaba a ocultarse lentamente tras alguna loca nube que pasase por ahí. Y al discontinuar un paso tras de otro, muy aletargadamente comenzaban a sentirse las gotas de agua clara que caían en picada desde el cielo buscando refugio en el suelo seco o en alguna canaleta oxidada de algun caserón.
Era algo extraño, si. No lo habría de negar pero no entendía por qué pasaba. Siempre era así hasta que un día decidí que iba a salir a caminar, pero que al salir lo haría de espalda. Y si tenía que caminar, tambien lo haría de espalda. Y asi fue que lo hice. ¿El resultado? Diluvió.
Lo normal para mi se convertía en un desastre sin competencia para mis cansados vecinos que debían empujar sus autos por el barrial en donde quedaban atascados sus viejos autos y de las vecinas que difamaban que sus pisos siempre estaban marcados por las suelas de los zapatos de sus maridos e hijos, y las señoras mayores ya no tenían que regar las plantas, ya no más. Y eso les molestaba.

¡Qué triste que algo tan lindo como la lluvia se haya convertido en algo tedioso y molesto! Yo no llegaba a comprender por qué llovía cuando salía a caminar, pero más me disgustaba que a mis vecinos les disgustase la lluvia. Recuerdo que mi madre me decía siempre: ¡Llevate un paraguas, te vas a empapar! Es solo agua mamá, le respondía. Y ahi quedaba chinchuda sentada en la mesa del comedor mientras miraba el noticiero de las siete de la mañana.
Siempre así, salía a caminar y llovía. Un día mi hermano me trajo un regalo. Un gamulán nuevo para el invierno. Uno muy lindo, de color azul marino. Daba envidia a cualquier gamulán. Sería perfecto para salir a pasear.
Una tarde, decidí estrenar el regalo en un paseo por el centro de la ciudad. Saldría a caminar, por lo que me traje conmigo un paraguas ante la inminente posibilidad de lluvia. Cerré la puerta con llave e instintiva e instantaneamente abrí el paraguas. Pero ante mi sorpresa, no sucedió nada. Nada de nada, no llovió, ni el sol se escondió. Y es desde ese día que no llueve por acá.. muchos vecinos me echan la culpa. Yo los ignoro. Ahora solo me queda caminar, ya no para ver si llueve, sino para hacer que llueva.