Siempre creí que el hombre madura a medida que va pudiendo controlar sus emociones y la mente era el gran director de esa compleja orquesta que es un todo, desde los pelos hasta las uñas de los pies.
Hoy, a mi edad, reconozco que no lo logré, y sigo obedeciendo los requerimientos de todos y cada uno de mis órganos: mi corazón, mis tripas, mis riñones y a todas las sensaciones que me producen, hasta el más enquencle de mis glóbulos, en una palabra:
soy un esclavo de mí mismo,
y lo peor es que no me puedo sustraer, aún negándome, a tal dictamen.
Quizá sea porque soy el producto de un tiempo que no pasa, pero que obligadamente yo, paso por él, desconcertado a veces, lastimado y lamiendo mis heridas, las viejas y las nuevas, las heridas que la vida pone en la vereda de enfrente y uno, inexorablemente cruza la calle del "son mías" y cuando ya no tiene en el cuerpo y en el alma donde ponerlas, las mete en los bolsillos por "si mañana me quedo sin ninguna".
Eso soy, creo que eso soy.
Simplemente un "coso" acostumbrado a estas cosas.
Prólogo, José Larralde
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