Echar el dolor fuera de uno sirve, porque llega un momento en que ese dolor comienza a pudrirse en el alma e irradia un pus venenoso, está bueno poder sacar el dolor y tirarlo a la basura antes de que sea demasiado tarde. A veces me preocupo por como hacerlo y tengo miedo de no poder lograrlo, pero qué puedo esperar de mi, una simple persona, una pequeña alma preparada para lastimarse.
El dolor se transforma en angustia, la angustia se transforma en dolor. Ambas se transforman en un remolino impetuoso que se da en algun lugar de este mar que es mi alma. Aguas pesadas, aguas, aguas de color claro pero con la misma pesadez que el petróleo. Me hundo, intento salir a la superficie, pero la pesadez no me deja avanzar, quiero avanzar, abro la boca buscando el aire, este aire que ya perdí. Lo único que consigo es llenar mis pulmones de agua, pesada, y eso hace que me hunda más. No puedo proferir ni un grito porque tengo la certeza de que mis pulmones no resistirían. Mi cabeza va a mil por hora, pero mis acciones se quedan trabadas, ya no me muevo y me entrego al agua. No queda nada por hacer, me dejo caer.
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