Tarde de llovizna gris, pero el sol está en ti. Hundido en tu regazo. Tejes y tus manos son dos lirios al amor, reposo en tu cansancio. Ven, te quiero ver andar, silencioso y frutal. Adagio de la espera. Ven que el tiempo es de los dos y por gracia tendremos primavera. Si eres pan que floreció en la mesa del amor y el vino de tu sangre es savia. Si tu aliento en el cristal, es cielo abierto al sol, la luz en tu regazo canta. Ven que este tiempo es de los dos y es gracia por nuestro amor

26.8.10

Suéter Beige

 Su suéter beige no le convecía del todo. Pero después de haberse probado miles de combinaciones de ropa, no tenía ganas de continuar. Al final, optó por una pantalón negro, una camisa blanca con finos detalles en color y un par de zapatos monoacorde a su vestimenta. Por sobre todo el suéter beige y una bufanda cuadrillé roja y negra. Se recogió el pelo castaño claro y de gran largo en un rodete bastante perfecto.
 Tomó las llaves de su auto, un viejo coche de un modelo de hace una década, pero no le importaba si las demás personas opinaban algo de él. Desparramó la oleada de pensamientos y salió al exterior. La lluvia la recibió con los brazos abiertos. Recordó que no tenía un abrigo apropiado para protegerse de la fina capa de lluvia persistente, así que tuvo que volver a la casa. Buscó un abrigo, y se quedó con un impermeable color azul oscuro. De pasada tomó un paraguas floreado, bastante fuera de lugar a su apariencia.
 Atravesó la cortina de agua y abrió la puerta del coche. Dentro de la cabina se sintió de un modo a salvo. Observó el reloj antes de partir, aún le quedaba media hora para llegar al trabajo. Otro día igual que siempre. Sin cambios, otro día con el suéter beige, la única diferencia era que la lluvia daba un nuevo ritmo a su paisaje. Conducía despacio por dos razones: primero, no quería llegar al trabajo y menos ser una de las primeras en estar allí. En segundo lugar, la lluvia cubría la carretera y no era buena idea conducir con rapidez; las llantas de su coche ya gastadas podrían causar un desastre.
 Habían pasado quince minutos de su salida. El estacionamiento de su lugar de trabajo estaba escasamente poblado por algunos autos. Salió del interior con el paraguas en la mano y un pequeño bolso oscuro. Dentro de la oficina el calor ardía, la calefacción era importante. Podía ver a sus compañeros sin sus camperas, luciendo un hermoso suéter color beige.
 Tomó el ascensor dirigiéndose al tercer piso, dentro del elevador habria tres o cuatro personas. Todos ellos mostraban una apariencia única e igual a la vez. Salió del ascensor y llegó arrastrando los pies a su pequeño cubículo. Encendió la computadora. Ahora ella era una más. Una persona más, un empleado más, con un suéter beige y rodeada de cientos de cubículos

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