Tarde de llovizna gris, pero el sol está en ti. Hundido en tu regazo. Tejes y tus manos son dos lirios al amor, reposo en tu cansancio. Ven, te quiero ver andar, silencioso y frutal. Adagio de la espera. Ven que el tiempo es de los dos y por gracia tendremos primavera. Si eres pan que floreció en la mesa del amor y el vino de tu sangre es savia. Si tu aliento en el cristal, es cielo abierto al sol, la luz en tu regazo canta. Ven que este tiempo es de los dos y es gracia por nuestro amor

22.10.10

El Gorrión

 Tomó un camino bastante estrafalario, bastante raro. La maleza le llegaba a las rodillas, pero era tranquila. Era una pradera verde, ya con tintes amarillos. Vio su proceder, se notaba por dónde había caminado, los pastizales aplastados por sus pies dejaban la señal de su remolinado caminar.
 El verdor aplastado, no dejaba más resultados que figuras histriónicas en la maleza, ya inclinada por la brisa veraniega. Ahora el inclinamiento llegaba a la tierra fértil, de donde habían salido alguna vez, dando las primeras señales de vida. Las figuras, no dejaban más que pasos y él no dejaba más que figuras.
 Comenzó a tararear una canción conocida para él, era aquella que su madre le cantaba cada noche para que conciliara el sueño. Tenía tan adherida a la mente esa melodía que cada vez que la recordaba sentía que su madre estaba allí, frente a él, tarareando a la par. Esas pocas tonadas eran ya un tesoro, un tesoro más valioso que cualquier piedra preciosa con la que pudiera toparse en toda su estéril vida.
 Marchaba sin un rumbo fijo, siempre hacia adelante, hacia a aquella línea interminable, el horizonte, custodiada por una eterna fila de pastizales y unos cuantos árboles. Caminar sin rumbo con el único objetivo de seguir, andar andando, con los pies, con su fuerza de voluntad. Sólo andando, por el mero hecho de andar.
 A lo lejos escuchó el pequeño sonido, un arrullo constante, al parecer estaba pasando por allí un arroyito, aledaño al poblado más cercano. Y así sintió que un nuevo objetivo había cumplido. Llegar sin rumbo a algún lado, desde aquel crudo invierno en el que dijo a su madre que se iba, lejos. Y aún con el reproche en los ojos de su padre y el desconsuelo en los de su madre, se marchó.
 El canto de un pájaro, al parecer un gorrión, llamó su atención. Acompañó su canto, como él tarareaba la canción de cuna de su madre, el gorrión cantaba. Y así dispusieron los dos a cantar, sin ningún sentido, sólo sentían la soledad. Tal vez aquel emplumado, como lo estaría haciendo su madre, estaría esperando a alguien más o tal vez lo estaría buscando. Era un canto desesperado, ansiando que en algún momento esa persona querida aparezca revoloteando cerca del nido. Se sintió extraño al comparar a un simple gorrión con su madre.
 Sintió la añoranza de los días en que jugaba por el patio y por la casa, y la cantidad de veces que aquella mujer, con manos fuerte para el trabajo y débiles como una dama lo resguardaba de la oscuridad, del miedo y de los golpes de su padre. Pero él ahora era un hombre entrado en años, y el pequeño jovenzuelo que rompía los vidrios era ya un hombre, hecho y derecho.
 Mientras caminaba, pensaba todo esto. Y así en los vaivenes entre conciencia, recuerdos e inconciencia, percibió los primeros vestigios de un pueblo. Por primera vez encontró un camino y a lo lejos ya se veían las casas y el humo saliendo por las chimeneas. ¿Cuántas mujeres, así como su madre lo hizo durante más de 20 años, estarían en estos momentos haciendo el puchero en la cocina a leña, para el marido que viene de trabajar como peón en el campo? ¿Y cuántas estarán jugueteando con sus pequeñuelos, de cachetes colorados y el rostro lleno de pecas? ¿Cuántas estarían en el arroyo lavando la ropa? ¿Cuántas?
 Y también pensó, ¿cuántas estarían despilfarrando el dinero en viajes y cosméticos? ¿Cuántas estarían despilfarrando la luz solar, después de haber vivido "por la noche"? Pensó que ninguna de ellas, estaría en estos momentos lavando la ropa, cocinando y cuidando a sus niños. Ellos estarían a cargo de otra mujer, que se encargara de todo aquello.
 Se adentró en el pequeño poblado, un precario cartel lo hacía llamar:
"El Gorrión. -258 hab.-"
 Ahora él sería el habitante número 259, aunque sólo sea por unos meses. Hasta que decida marcharse de nuevo,
siempre lejos de casa.

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